Fútbol, baloncesto, natación, baile, dibujo, idiomas… Son actividades extraescolares que están muy bien, pero hoy quiero proponerte otra que no suele ser demasiado común. Me refiero al ajedrez, un deporte repleto de beneficios para los pequeños que surgió en Europa en el siglo XV.
Ha llovido mucho desde entonces y no se ha perdido por el camino. Todo lo contrario. Hay cientos de centros especializados en todo el mundo y miles de personas que compiten a nivel más o menos profesional, ya que es un deporte que a diferencia de otros difícilmente te permite vivir de tus victorias. Lo más importante de todo es que a tu hijo le puede venir muy bien jugar al ajedrez, ya que su aprendizaje y práctica tiene recompensa tanto a nivel social como a nivel emocional.
Un deporte sano para la mente
Las autoridades españolas y europeas están haciendo todo lo posible para que se convierta en una asignatura más dentro de la enseñanza primaria. Defienden que el ajedrez contribuye al desarrollo de los niños a partir de los tres años de edad.
Consideran que está más que probado que fomenta la concentración y la capacidad de atención, además de mejorar la memoria y el pensamiento abstracto. Y por si eso fuera poco, también hablan de una mejora de la autoestima y una oportunidad para relacionarse fácilmente con los demás, si bien es cierto que durante una partida de ajedrez no se suele hablar.
Al respecto hay que decir que la Comisión de Educación del Congreso ha aprobado su incorporación a los colegios, aunque serán las comunidades autónomas las que tendrán la última palabra.
Podríamos seguir con la lista de beneficios añadiendo la capacidad de análisis y síntesis que los pequeños pueden extrapolar a la vida cotidiana. También el razonamiento lógico-matemático que les puede ayudar a resolver problemas con más facilidad. Y eso por no hablar de la creatividad y la imaginación, fundamentales a la hora de buscar una estrategia que pueda derrotar al rival en plena partida.
A nivel social se habla de aceptación de las normas y del resultado, además de responsabilidad a la hora de tomar las decisiones. Por otra parte, a nivel emocional cabe destacar el control que ejerce el niño sobre la partida, la virtud de saber anticiparse a los movimientos del oponente y la autoestima que adquiere partida tras partida independientemente de si se gana o se pierde.