El amor es un sentimiento universal que, sin embargo, tiene distintas formas de expresarse en función del momento y las circunstancias. La rutina familiar no es lineal, sino que las decisiones deben estar en conexión con las necesidades específicas de cada situación y con el bienestar infantil. Existen instantes que transmiten exigencia y disciplina. Momentos en los que el amor duro es clave en la educación desde el punto de vista de quienes adoptan este estilo de crianza.
Autoridad, firmeza y amabilidad
Es importante poner límites y normas para educar desde la libertad. Y el cumplimiento de dichos principios, en ocasiones, requiere de autoridad y firmeza. El amor duro es aquel concepto que hace referencia al beneficio que aporta a largo plazo este ingrediente, frente a la opción opuesta de la sobreprotección constante.
Conviene recordar que el vínculo afectivo entre padres e hijos no es simétrico. Existe una jerarquía porque es el adulto el que tiene la responsabilidad de cuidar a su hijo. Y, sin embargo, uno de los errores que a veces se cometen es caer en el rol de amigo. Existen decisiones que no son del agrado inmediato de los niños. Y esas cuestiones, por el contrario, aportan un bien mayor a largo plazo.
Este cambio de rol implica, a su vez, una pérdida progresiva de autoridad. En una relación de estas características no se negocian aspectos significativos de la vida familiar porque eso implica delegar en el niño una responsabilidad para la que no está preparado.
Firmeza positiva
El afecto y el acompañamiento son los ingredientes principales de esta forma de educación. La disciplina tiene sentido en la crianza, pero este no es el único ingrediente que aporta felicidad. Por ello, conviene encontrar el equilibrio para acompañar y guiar con firmeza pero, especialmente, con cercanía e inteligencia emocional.